domingo, 7 de marzo de 2010


...el sonido del despertador lo inundó todo. Déjame dormir un ratito más, mamá, por favor, solo un poquito más....

Pero no había ninguna mamá, tan solo yo en mi cama toda sudada y el pequeño reloj despertador de propaganda que Fran había dejado en el dormitorio unos días antes de irse.

Abrí un ojo, busqué a tientas hasta que por fín conseguí hacerlo callar. Todavía aguanté tumbado unos minutos más intentando pensar en este nuevo día que comenzaba....eran las nueve de la mañana pero el bullicio exterior entraba por el balcón del dormitorio golpeando a mis oídos con violencia. No había marcha atrás, tenía que despertar.

El cruce de la calle "Santa Bárbara" con "Acera de Canasteros" era un continuo ir y venir de gentes con prisa. Se oían gritos, una joven intentaba inútilmente que la grúa no se llevara su coche. La cara de preocupación y frustración no conseguían su propósito...

-Lo siento, decía la voz de uno de los policías locales, solo cumplimos con nuestro trabajo...

Yo suponía que usaban el plural para hacer de la unión de la pareja un todo más fuerte, manteníanse unidos, pensaba.

La grúa comenzó su huída con el pequeño "Opel Corsa" cosido a su enganche. Un papel rosa brillaba en la luna delantera presagiando un disgusto todavía mayor, ya reflejado en la cara de la propietaria.

Cada metro avanzado era acompañado por otros sonidos incesantes de motores de coches, motocicletas, peatones, ladridos de perros y de sus dueños, peleando entre sí por aclarar quien ha pisado los excrementos de quien; sin llegar a detenerse si quiera; sin mirarse a la cara si quiera; no tenían tiempo para pararse, la ciudad de Granada ya hacía horas que había amanecido.

El tintineo de sillas y mesas del "Tablón" al montar la terraza para los desayunos se fundía con todo el jaleo y en ese momento llegó a mí el olor mañanero de café recién hecho.

-¿Quieres desayunar? ...

-Ana me miraba con cara amigable, justo en el umbral de la puerta. Su taza de café humeaba, olía tan bien....
....también ella....

-¿Cómo resistirme a tu café recién hecho? pensé diciéndolo en voz alta, dejando escapar una leve sonrisa a la cual ella respondió con otra más imperceptible aún.

Desayunamos juntos en el balcón del segundo piso, acompañados de toda la gente que sin detenerse, ojeaban indiscretamente hacia arriba, acompañando cada bocado que dábamos al pan tostado untado con mantequilla.

Al terminar el desayuno, nos liamos unos cigarrillos y mientras nos los fumábamos, comentamos banalidades sobre los transeuntes acusados por la prisa. Vimos abrir la tienda de nuestros vecinos chinos, bajo el cartel que nomina a la calle "Santa Bárbara", el sonido de la persiana siendo levantada por el oriental descamisado fue el resorte que hizo que Ana se metiera en su cuarto a preparar su examen del día siguiente.

Apagué mi pitillo en un improvisado cenicero de exteriores, (media lata de patatas fritas "Pringles") y la colilla hizo compañía a las tres que denotaban mi ansia fumadora de la noche anterior. De nuevo estaba solo, el humo que salía de la pequeña lata formaba una fina columna ascendente que caracoleaba con el aire, bailando entre los barrotes del balcón, subiendo sin vértigo hasta los inicios del tercero.

Me levanté, fui a ver a Ana, estaba tumbada en la cama leyendo sus apuntes de derecho penal.... muy interesante.... le dije irónicamente mientras me acercaba para intentar besarla en los labios. Ella respondió a mi ironía con una bofetada y una sonrisa.
No me quedó más que ruborizarme y como Vivien Leigh en "Lo que el viento se llevó" me decía a mi mismo que ya pensaría en cómo hacer que Clark Gable volviera a mí mañana.

Volví a mi cuarto, me lié otro pitillo y me lo fumé tranquilamente.

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