jueves, 20 de enero de 2011

el chino bajo mi casa (parte I)


Y la noche cayó sobre Granada, y el frío hizo acto de presencia. Yo estaba sentado frente al parque del Triunfo bajo el Hospital Real, notando el frío en mi trasero, observando el danzar de la enorme bandera de España con el aire, sintiendo el frío también a través de mis ojos en esta visión.

El recién estrenado bulevar que recorre la avenida de la Constitución, severamente transitado por gente que paseaba sin preocupación, inocentes almas sin curiosidad en sus ojos que, bien acostumbrados a verla o simplemente inherentes a su belleza, no levantaban la vista para admirar ni por un momento la panorámica que las rodeaba.

Las siete de la tarde y era ya completamente de noche. Miles de luces de múltiples colores decoraban la ciudad con sus reflejos, rojas, verdes, ámbar...letreros amarillos de hoteles, letras anaranjadas que indicaban la próxima llegada de los autobuses a la parada frente a mí. Un incesante ruido de tráfico, continuo, pesado, ráfagas de aire que expulsaban los autobuses urbanos bajo el Triunfo.

El circular número once, el número veintidós con destino al campus de la Cartuja, el nueve con final en el Cerrillo de Maracena, el tres con llegada a la estación de autobuses... todos llegaban prácticamente simultáneos, frente a mí. El tránsito inundaba mis sentidos a excepción del tacto y el olfato que a causa del frío estaban bastante debilitados; manos y pies entumecidos y nariz goteante...el invierno estaba cerca y los cambios de temperatura (que en Granada siempre han sido bastante exagerados) ahora eran más grandes que nunca; maldito cambio climático pensaba mientras metía la mano en el bolsillo del pantalón buscando un pañuelo de papel sobre el que poder expulsar la torrencial cascada de mucosidad que se abría camino nariz abajo, serpenteando entre los pelos del bigote.

Miraba indiscretamente a los pequeños grupos de gente que se turnaban con los coches por atravesar la avenida. Otras veces el número de peatones aumentaba y el tráfico se hacía quizás menos denso, todo era un alboroto incesante. Jóvenes en bicicleta me pasaban rozando las piernas, parejas de enamorados paseaban abrigados hasta las orejas, motoristas con cascos, coches de policía, ambulancias mudas y otras que gritaban con sus sirenas, taxis que pasaban tras de mí libres y con luces verdes, otros ocupados con luces naranjas o rojas...me preguntaba cómo funcionarían las tarifas que marcan las luces del taxi.

La amalgama de colores creaban una atmósfera discotequera con sus continuo parpadeo, las luces blancas de las farolas iluminaban la vía; bajo una de ellas y cerca mía, una pareja de extranjeros de avanzada edad y en lo que yo entendí como inglés, me preguntaron cómo llegar a la Alhambra. Cordialmente les escupí un par de frases en lo que yo pensaba que era un inglés fluido, pero rápidamente me desengañé por las caras atónitas descompuestas de la entrañable pareja; quizás mi inglés no es tan desenvuelto como yo pensaba y los vi marcharse según la dirección que indicaba mi dedo índice.

Todavía me indigno al recordar su mirada después de escuchar mis palabras en “inglés” y es que si vienen a Granada, no aprender el lenguaje autóctono, pero joder, podrían molestarse en aprender tres o cuatro frases en español. ¿Qué pasaría si fuera a algún país de habla inglesa y me dedicara a ir preguntando cosas en mi idioma?

Los dos se fundieron con la multitud de gente y desaparecieron.

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